[Evento B] Una despedida

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Zeta

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Lergand":ggh0jp8c dijo:
-Usuarios implicados: Lergand, Khairath

-Usuarios que puntúan: No se puntúa

-Villa: Tsukigakure

-Personajes extra: Ninguno

-Tema principal: Zerion y Ayame, tras la victoria en la Gran Guerra Ninja, regresaron a Tsukigakure. Ahora era tiempo de paz, tiempo de no preocuparse por aquella guerra absurda que tantos años les había tomado de sus vidas y tantas vidas había tomado.

Ayame fue destinada a una misión de asalto, como parte del grupo de apoyo en la retaguardia. Su misión resultó ser una emboscada y tuvo que ser rescatada, justo a tiempo para recuperarse para la batalla final en los muros de Haganegakure. Zerion, sin embargo, había sido destinado a aquella guerra como parte de una misión especial centrada en terminar con las fuerzas aéreas del enemigo. Su misión se completó con éxito, pero a costa de la vida de sus tres guardaespaldas. Al final, ambos coincidieron en las afueras de la muralla de Haganegakure frente al mismísimo líder de las fuerzas enemigas. Por suerte, todo salió bien y ni siquiera fueron heridos.

Sin embargo, aquella guerra les había dejado muchas más heridas que torceduras, cortes o quemaduras. Eran heridas que llevarían en el corazón y el alma para siempre.

Semanas después de aquello, Zerion citó a Ayame. Desde que volvieron de la guerra no la había vuelto a ver, pero se recorrió toda la villa para encontrarla y, aunque le llevó mucho tiempo, al terminar el segundo día de búsqueda la encontró por la calle cuando regresaba de comprar. La asaltó con su natural entusiasmo y la citó para el día siguiente en la Academia Ninja.

-Tengo algo importante que decirte. Vendrás. ¿No?

-Tipo de evento: B

-Información adicional: A ser posible, el título del evento me gustaría que fuese “Una despedida”, o algo parecido. Muchas gracias :)
Evento B para Lergand y Khairath. No puntuado.

Avisadme cuando terminen :feliz:
 

Lergand

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Paz. Ese efímero lapso de tiempo entre una guerra y otra, entre un conflicto y otro. Paz. Aquello por lo que la gente lucha y sacrifica sus vidas, por un tiempo en el que poder despreocuparse del mundo y sus conflictos. Esa época había llegado para occidente. Tras años de muerte, sufrimiento y sinsentidos, la guerra había terminado. Muchas cosas se habían perdido: toda una villa ninja, las vidas de algunos Kages, miles de jounin, chuunin, genin, inocentes... Y ahora todo había pasado. Aquellos que han sobrevivido a la catástrofe que ha supuesto internacionalmente todo aquello, podrán disfrutar de sus vidas y, aunque ahora más que nunca se necesitaba de todos, ninjas o no, para reconstruir lo que la guerra se había llevado, todos ayudaban con serenidad en sus corazones...al menos, aquellos que la guerra no les ha dejado una mancha oscura en su corazón.

La vuelta a casa había sido lenta, pero satisfactoria. El frente reclamaba a muchos ninjas, pero cada vez se cobraba menos vidas desde la victoria en Haganegakure. La defensa de la ciudad ante el potente ataque de Ventisca y la eliminación de su más representativo líder supuso el comienzo del fin.

Zerion, aquel inocente muchacho que hacía apenas dos años que había llegado a occidente, se había visto envuelto en todo aquello sin quererlo. Su llegada a la villa, los problemas que tuvo para que lo aceptaran y las duras misiones que tuvo que llevar a cabo se vieron totalmente eclipsadas ante el llamamiento al frente. Sin embargo, Zerion acudió a defender lo que ahora era su hogar más que ningún otro sitio, el hogar en el que también vivía la única persona que le había reconocido más allá de la responsabilidad como ninjas, la muchacha con la que había pasado aquel año desde que se graduaron, también quien le salvó de un catastrófico final en su prueba de graduación y su compañera de equipo desde entonces: Ayame.

¿Cómo podría saber un chiquillo de catorce años qué es lo que siente por una chica siendo la primera vez que siente algo así por alguien? Pero claro, Zerion no era un chiquillo de catorce años cualquiera y, aunque él no los había vivido físicamente, tenía todas las vivencias de su padre en él como suyas. El amor también fue parte de la vida de su padre. Y es por eso que, en la batalla de Haganegakure, donde temió por la vida de su compañera más que por la suya propia, los recuerdos de su padre afloraron para dejarle muy claro que sentía por ella: la amaba.

Después de la caída de su líder todo había sucedido muy rápido. Un ANBU abrió un vórtice para llevarlos hasta la vanguardia. Zerion, convencido de que podría aportar más a aquella guerra, decidió ir.

-Y yo -contestó después de su compañera. Se situó junto a ella y le dijo en un susurro y con media sonrisa dibujada en la cara...-, contigo a mi lado puedo con todo. Juntos...podemos con todo -y el pequeño genin de ojos chispeantes le ofreció la mano para no atravesar el vórtice solo. Su mano, una invitación; sus ojos, la prueba de que podía confiar en él; su sonrisa, la más tierna y sincera confesión que había hecho en su vida; y sus palabras sólo un medio para expresar lo que llevaba haciendo desde que ella le salvó la vida en la prueba de graduación: amarla.

La batalla terminó y ellos regresaron a Tsukigakure. A su llegada, la villa celebró y festejó la victoria. Zerion, sin embargo, tenía mucho en lo que pensar. La guerra le había traído cosas malas, pero también tenía que valorar lo bueno que le había ofrecido: experiencia para sobreponerse a su padre, destreza...¿a ella? Y es que ahora Zerion estaba confuso. Necesitaba poner en orden sus pensamientos, pero también sus sentimientos. Gente a la que le había tenido aprecio había fallecido.

Fue en el funeral por los caídos en la guerra cuando lo supo. En la lista de nombres pudo leer los tres: Zanka, Hotaru y Yostelof. Ellos tres se habían sacrificado por mantenerlo a él con vida. Se habían quedado atrás para detener al wyvern alfa y, aunque salieron con éxito (pues no se le vio más por el cielo), perecieron. Aquello fue un duro golpe para el genin, la culpa lo perseguía y no sabía qué hacer con ella.

Tuvieron que pasar semanas para que Zerion se aclarase y tomara una decisión. Y cuando lo hizo, su determinación y confianza habían crecido.

Convencido de lo que debía hacer, salió por la villa en busca de Ayame. Ella era la que más apreciaba de toda la villa, de modo que merecía explicaciones. Por eso la buscó durante días. Cuando por fin dio con ella no le habló directamente de todo lo que quería hablar, sino que la citó en la Academia Ninja. En realidad, nunca había dado clases allí, pero era un lugar con un valor simbólico. Aquel fue el primer sitio donde se encontraron, aunque no fuera en la mejor de las condiciones. Zerion no podía evitar sonrojarse, en una mezcla de vergüenza y nostalgia, cuando recordaba su patoso tropiezo y su posterior caída a las puertas de la Academia, mientras una aún más fría Ayame lo observaba con sus misteriosos ojos gatunos. Aquellos ojos que tantas preguntas le habían suscitado a Zerion y de las que aún no tenía respuesta. Tampoco las necesitaba pues, como decía su madre: se encuentra más sabiduría en las preguntas que en las respuestas. Eran aquellas preguntas las que avivaban el fuego que crecía en el interior del genin, las cuestiones que ardían alimentando los sentimientos en su corazón, las interrogaciones que templaban la frialdad del mundo de los hombres en el que Zerion había estado sufriendo desde pequeño.

[...]​

Amanecía en la villa de Tsukigakure. La temperatura era agradable y los comerciantes empezaban a abrir sus locales. En un edificio marrón, como los típicos de la villa, en uno de los pisos intermedios, un chico de catorce años, pelo castaño e inmensos ojos ambarinos despertaba. Fue un
despertar perezoso. En un primer momento despertó su cuerpo, que se desperezó ocupando toda la cama. Después le tocó despertar a su mente. Fue lento y casi doloroso, pues atravesar el camino que separa a los sueños de la realidad es duro cuando te has llevado demasiado tiempo al otro lado. Y así había sido, pues aquel muchacho llevaba durmiendo el mismo número de horas que años había cumplido. Por último lugar, fue su consciencia la que despertó. Esta vez no fue algo doloroso, sino más bien nostálgico, como quien se reencuentra con un viejo amigo.

Zerion le dedicó un vistazo a su habitación. Respiró el aire matutino que entraba por la ventana, fresco y ligeramente húmedo. Empezaba a haber ruido fuera, pero la villa aún no había despertado del todo. El día anterior se había llevado todo el día buscando a Ayame, pero no había sido el primero. Es por eso que, en cuanto llegó a su apartamento, cayó rendido en la cama, aunque era temprano para dormir.

Ni la duda ni los nervios habían impedido que conciliara el sueño, pero ahora que ya había descansado, aquellos sentimientos le inundaron como un tsunami.

¿Cómo voy a decírselo? ¿Y si se lo toma mal? ¿Qué pasa si me confiesa que adora a los lobos?

Eran dudas que atenazaban el corazón del pequeño, pero ya la había citado, había tomado su decisión y debía ser tajante con ella. Su época de niño había llegado a su fin, era hora de comenzar a ser un hombre, era hora de comenzar a ser un ninja.

Le dedicó toda una hora a prepararse. Como se sentía inseguro, decidió invocar al pequeño Chi para que le diera conversación, pero él parecía más interesado en que le rascase tras la oreja que en ponerla a disposición de las preocupaciones de Zerion.

-Te digo que de verdad no sé cómo se lo va a tomar, Chi -pero el pequeño kitsune estaba más preocupado en restregarse por sus piernas-. Hace un año que conozco a Ayame, pero en realidad no la conozco. Sé que entre nosotros hay un vínculo, lo sé cuando lucho a su lado. Es...una conexión, no hay palabras, hay acciones. Y yo quiero romper el silencio para decirle...ya sabes, te lo dije el otro día.

-Bueno -Chi lo había entendido perfectamente y dejó lo que estaba haciendo, subió a sus hombros y sacó su parte responsable y madura una vez más-, yo sólo soy un niño, pero me imagino que se lo debes. No puedes simplemente desaparecer de su vida sin darle un motivo. Ha sido un año, que no es poco, creo que aunque te odiara en el fondo deberías decírselo. Además -y comenzó de nuevo a restregarse, esta vez por sus hombros-, a mí me cae bien. Atiende mejor que tú a su deber como ninja.

-Sí, Chi, no es la primera vez que lo comentas.

-Al menos tengo la decencia de no decirlo delante de nadie.

-¿Tengo que darte las gracias? -repuso irónicamente el genin.

-Avergonzarte delante de otras personas haría que no te concentrases en tu deber o actuases por orgullo. No es la mejor decisión que pudiera tomar.

-Tú sí que me conoces -de nuevo la ironía tiñó las palabras de Zerion-. Bueno, tengo que irme, he quedado. Hoy es el día de la gran confesión, ¿no? Tengo que ser puntual.

Chi se despidió con un movimiento de cabeza y Zerion le sacudió las orejas con la mano instantes antes de que desapareciera en una nube de humo blanco. El genin quedó así solo, de nuevo, en la habitación.

Era casi la hora, de modo que terminó de prepararse. Se puso su ropa oscura, cogió sus medallones y los nuevos guantes, aquellos que había conseguido en la guerra y que le conferían una mayor protección en las manos. Se los puso y por encima puso los medallones. No eran realmente útiles, pero verlos le daría fuerzas para lo que tenía que hacer. Abrió el armario y miró en su interior durante un par de minutos. Allí guardaba algo más de ropa y sus herramientas ninjas: una caja con kunais, shuriken, makabishis, algunos sellos, bombas, píldoras. También había apoyado en el fondo un arco y un carcaj lleno de flechas. Se pensó si llevarlo. Finalmente decidió que sí. Tomó algunas cosas, el arco y el carcaj con las flechas y las selló en un pergamino que guardó en el bolsillo.

Zerion no pudo evitar pensar si, en alguna parte del mundo, los ninjas y el chakra no eran algo habitual en la vida de las personas. Se preguntaba si algo tan natural para él y para la villa como llevar en un bolsillo todas aquellas cosas que acababa de guardar en el pergamino sería visto como algo “mágico” o “inexplicable” para otras personas. Sin embargo, eran unos pensamientos superficiales que pronto fueron sustituidos por los nervios.

Salió por la puerta y bajó las escaleras. Franqueó el portal y salió a la calle de camino a la Academia Ninja. Tenía tiempo de sobra, de modo que caminó tranquilamente por las calles. Y en menos de una hora estaba plantado en la misma pared en la que Ayame estaba apoyada cuando él hizo su heroica aparición el día que pidieron su prueba de graduación. Entendiendo por heroica catastrófica, por supuesto.
 

Khairath

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6 de septiembre.

Mañana es mi cumpleaños, Mamá.

Desde que Mamá murió, mi cumpleaños nunca volvió a ser un día especial para mí. No tenía intención de que este fuera diferente. Y sin embargo, un atisbo de tristeza me asomaba en el corazón. No sabía el motivo, no sabía el por qué. Han pasado varios años desde que pasó todo aquello.

Los rayos del alba entraron por la ventana de mi habitación como señal de que era la hora de levantarse. Llevaba despierta un rato, pero tampoco tenía motivos para levantarme tan temprano de la cama. Me levanté y me dispuse a ejecutar mi rutina matutina: fruta para el desayuno, entrenamiento con la katana, meditación, ducha. Siempre odiaba la última parte. Un escalofrío me recorre la espalda de arriba abajo al igual que lo hace el agua al recorrer mi espalda. No es una sensación agradable.

No entiendo cómo te gustaba tanto el agua, Mamá. Está mojada y húmeda. Es desagradable al tacto.

Tras la ducha, me miré en el espejo. Y así permanecí durante algunos minutos. Me había citado Reiden. ¿Qué querría decirme? ¿Por qué citarme para el día siguiente en vez de decírmelo en cuanto me asaltó cuando volvía de hacer la compra? Me sorprendió que me encontrara. En cuanto me vio noté cierto brillo en sus ojos, como de alivio. Daba la sensación de que me llevase buscando varios días. ¿Por qué?

Mientras estos pensamientos más algunos otros del estilo rondaban mi cabeza, me cepillaba el pelo con paciencia. No es fácil desenredar una cabellera tan larga como la mía. Y mucho menos… cuatro colas. Al volver de la guerra me había aparecido otra. No sabía exactamente cuándo ocurrió. Solo sabía que al volver de Haganegakure ya tenía la cuarta.

Contigo a mi lado puedo con todo. Juntos... podemos con todo.

Esa frase me había estado persiguiendo en sueños desde el momento en que salió de los labios de Reiden. Se repetía en mi cabeza una y otra vez. No podía parar de recordar justo ese instante; ese momento en que Reiden me miró de aquella forma, tan profunda que parecía que me estaba cayendo en su interior. Sus ojos brillaron como nunca antes lo habían hecho y esa sonrisa… Algo en él había cambiado. No supe qué me quiso decir exactamente con aquellas palabras, pues el simple sonido de su voz me llevó a un estado de hipnosis, del que solo recuerdo ver su rostro y cómo me tendía la mano para que entrásemos en el vórtice. Lo siguiente que recuerdo fue al otro lado.

Llevaba algunas noches que me despertaba de madrugada sintiendo un pequeño roce en mi mano derecha, además de tener el corazón extrañamente acelerado. No le di importancia, pues otros recuerdos nublaban mis sueños. Había noches en las que despertaba empapada en sudores fríos y con la respiración algo agitada. Los gritos de las personas que perecieron bajo aquella lluvia de senbons rebotaban en cada recoveco de mi ser. Las miradas perdidas de personas que jamás volverán a ver, el calor de unos cuerpos que jamás volverán a sentir, los recuerdos encerrados en las mentes de los que agonizaban. Hoy había sido una de esas noches. La única forma que conocía de liberar mi mente era entrenando; y eso hacía cuando mi mente se nublaba con dolores del pasado y ningún estímulo externo me servía para detener el dolor. Debía controlar mi mente desde dentro.

Otras noches en las que conseguía conciliar el sueño, sin pesadillas de por medio, estaba él. Le soñaba: venían al mundo onírico los recuerdos compartidos desde que nos conocimos; aquel momento en que se quedó bloqueado cuando le apareció un lobo gigantesco justo detrás de él dentro de un laberinto subterráneo, el momento de recobrar los sentidos tras la explosión dentro de la cueva del lobo putrefacto, nuestro paseo interrumpido por la villa, cuando aquellos estúpidos niñatos nos capturaron y tuvimos que luchar contra los monos, me duele el pecho cuando sueño el recuerdo en que lo veo inconsciente, el fuerte improvisado que se montó dentro de la casa y que al final no sirvió para nada, la primera vez que invocó al pequeño zorro, la primera vez que vi sus verdaderos ojos, centelleantes y vibrantes, el momento en el que tuvimos que separarnos para hacernos cargo de las monstruosidades que el “doctor” se divertía en crear y, por último, la guerra. La escena que más se repetía en mis sueños era aquella en la que “se paró el tiempo”. Lo pude ver, vi su yo más fuerte y decidido, y lo pude sentir. Pude sentir que con solo una mirada me lo transmitía todo, al igual que antes de atravesar el vórtice. Y hoy, después de quién sabe cuánto tiempo ha pasado sin saber de él, le vuelvo a ver.

Durante el día mis pensamientos estaban donde siempre habían estado. Pero, por la noche… Sigo sin darle un motivo a todo lo que llevo dentro. Desde que lo conozco, he vuelto a sentir. Y no sé si me gusta. Sentir conlleva dolor, eso lo sé bien. Si no sientes, no hay dolor. Creé esta barrera cuando Mamá se fue.

¿Por qué él tiene que venir a estropearlo todo? ¿Por qué él puede traspasar esa barrera? Eran pensamientos que me rondaban la cabeza, pero que en realidad no cambiaban mi estado de ánimo en lo más mínimo. Por fuera seguía siendo la persona fría y seria en la que me he convertido. Si sientes te vuelves débil. Los sentimientos te nublan los sentidos y eso te puede acarrear la muerte en la batalla. Estaba dispuesta a deshacerme de todos aquellos pensamientos y lo que fuera que estuviera sintiendo. Sabía que no me convenía si quería llegar a ser una kunoichi ejemplar y útil para la nación.

Y, sin embargo, no podía.

El tiempo de cepillado ha terminado. Había dormido regular aquella noche, así que ni me esperé en recogerme el pelo. Lo dejé suelto, que cayera sobre mi cintura y que se secara al aire. Me puse lo primero que pillé del armario: pantalones anchos y camiseta de tirantes. Me amarré la katana al cinto, me abroché las sandalias y me dispuse a salir. Pero antes, me quedé mirando en el calendario que cuelga de la pared que está en la entrada de casa. 6 de septiembre.

La villa seguía teniendo el ambiente de siempre. Gente charlando en las puertas de las casas, de compras, con los niños, despachando las tiendas, arreglando cualquier desperfecto… La brisa soplaba suavemente y un leve olor a tierra mojada llenaba el ambiente. Las lluvias se aproximan, aunque el sol resplandecía en lo alto del círculo celeste. El aire me vino bien para despejar la mente; llevaba encerrada en casa demasiado tiempo. Solo salía para hacer la compra, pues desde la guerra no tenía motivos para salir. La única excepción fue el funeral de los caídos. También estaba allí Reiden. Lo vi de lejos. No parecía el mismo de siempre. Su rostro presentaba una tristeza ahogada superior a la de muchos de los presentes. Puede que perdiera a alguien importante en la guerra. Nunca le pregunté. Yo mostraba el rostro de siempre. Fui por respeto hacia los compañeros caídos en combate y deposité un lirio blanco en su honor. No obstante, ningún vínculo me unía a ninguna de aquellas personas. Vi también a la pequeña que conseguimos salvar de la lluvia asesina. Un pequeño vislumbre de alivio rozó suavemente mi corazón.

Crece fuerte, pequeña.

La hora del encuentro se acercaba. La Academia Ninja ya quedaba a la vista. Me preguntaba por qué habría elegido ese lugar para vernos. De todas formas no pude rebatirle el dónde ni el cuándo pues en cuanto me soltó “Tengo algo importante que decirte. Vendrás. ¿No?”, se fue por donde había venido. Me hizo lo mismo cuando terminamos la prueba de graduación. Supongo que no tenía elección.

Sin más preámbulos entré en la academia y, para mi sorpresa, Reiden ya había llegado.

¿Qué es eso que tienes que decirme?
 

Lergand

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Los minutos avanzaban, el sol ascendía, la temperatura incrementaba y la espera del pequeño genin lo arrastraba cada vez más a la desesperación. Su mirada se clavaba en la puerta de la Academia, mientras una sensación en la boca del estómago llegaba como heraldo de un mensaje de su padre. Sin embargo, lo ignoró.

Hay poder en mí, hay experiencia y tengo fuerza para retenerte. Nunca más, pensó mientras cerraba una a una las puertas que había puesto con el paso de los años a los recuerdos de su padre.

Aún no lo había logrado cuando una figura más alta que él y con el cabello azul claro intenso franqueó la puerta. Y como el agua de una presa cuya compuerta ha quedado abierta, un recuerdo abrumó la mente de Zerion...de Zer.

Una joven, de no más de veinte años, pelo alocado, oscuro y corto, asomó su cabeza por la puerta de madera vieja y trabajada. La habitación era acogedora: el suelo de pulida y brillante madera, las paredes blancas en las que colgaban algunas lámparas con una llama blanca y luminosa, las puertas de papel con dibujos de una noche de tormenta y una ciudad protegida por una esfera azul. En el centro había una mesa baja con un brasero. Algunos cojines bien colocados la rodeaban, invitando a sentarse sobre él a los invitados. La mesa era redonda, de una oscura madera con un dibujo de un rayo dentro de un ojo en negro, como marcado con fuego, de modo que el dibujo era casi imperceptible. No había nada sobre la mesa, a excepción de un pergamino cerrado.

-Pasa, muchacha -la voz grave de un hombre de pelo castaño y ojos ambarinos invitó a la joven a pasar-. Toma asiento -y así lo hizo.

Ella se movía con gracia y elegancia, con la rapidez de un felino, con la gracia y majestuosidad de un ciervo, con la astucia de un zorro y la hermosura del canto de un ave. Ella era belleza pura y, tras la máscara de dureza y autoridad que él debía dar por ser el líder del clan, no pudo evitar sentir que todo lo que le importaba en ese mundo era ella.

Zerion clavó su mirada en ella, como queriendo memorizar cada movimiento de su pelo, cada veta de su iris, cada curva de su cuerpo...porque era hermosa. Era la persona más hermosa que conocía, a pesar de sus semblante serio y su actitud fría y distante. Eran sus ojos, ellos le hablaban:

"Tenemos frío, estamos solos y atrapados. Guardamos la honda tristeza de quien ha vivido tanto como tú, sácanos de aquí."

Y él no podía evitar querer ser el héroe que finalmente la salvara de sí misma y de su frialdad. Quería ser quien, al mirarla, viera sus ojos sonreír. Quería ser la primera persona en disfrutar de su sonrisa, aquella escondida tras miles de muros y unos inflexibles labios, que apenas se movían para hablar.

Así fue una vez más, pues Ayame se limitó a una frase directa, corta y dirigida únicamente a lo que había ido: saber qué tenía Zerion que decirle.

La voz de Ayame le sobresaltó, pues sumido en sus pensamientos no vio que ya estaba junto a él. Apartó la vista, colorado, y balbuceó un poco antes de decir algo coherente.

-Tú tan directa como siempre -y soltó una corta risotada amigable-. Es algo importante, sabes que no te robaría parte de tu tiempo si no lo fuera. Por eso no puedo decirlo aquí, rodeado de gente y de niños.

De forma instintiva, sin darse cuenta de quién era él exactamente ni qué estaba haciendo, le tendió la mano. Justo como en Haganegakure, justo como cuando ella...ella...

¿Qué hizo ella?, se preguntó, desconcertado. No lograba recordarlo y le entró miedo. Se miró la mano, a medio camino de abrirse para ofrecersela a su compañera y llevarla lejos de allí, a ningún lugar, a cualquier sitio, con él, sólo ellos. Sin embargo, no era él quien pensaba totalmente. Se maldijo por no poder contener aquellos sentimientos confusos que ahora no distinguía suyos.

Cerró el puño, con rabia, pero con su sonrisa aún brillando en el rostro. Soltó el pulgar y señaló la salida de la Academia Ninja. Después abrió la mano, como invitación para que ella pasara primero, y dejaron atrás aquel lugar.

Los niños comenzaban a llegar a la Academia, los comercios estaban ya todos abiertos y las personas comenzaban a salir a la calle a arreglar desperfectos, hacer sus compras, llevar a los niños a la escuela, etc. Todos tenían cosas que hacer. Algunos ninjas saltaban por entre los tejados de los edificios o corrían por las calles haciendo sus misiones, patrullando la aldea o ayudando a sus gentes.

Tras casi un cuarto de hora de incómodo silencio, donde Zerion trataba de encerrar de nuevo los recuerdos de su padre tras un muro infranqueable, llegaron al jardín trasero de una casa. Estaba rodeado de un muro de piedra más alto que ellos dos, pero sobresalía algún que otro árbol de su interior. Sin mucha dificultad, el genin escaló hasta llegar al otro lado, desde donde saltó. Ayame lo siguió.

Se encontraron sobre un descuidado césped que crecía descontrolada. Cerca del muro había un estanque donde antaño podrían haber nadado peces. Ahora su agua era verde y estaba cubierta de hojas muertas. La casa no estaba mucho mejor cuidada: la entrada trasera estaba cubierta de polvo, ramas y hojas. La puerta, de papel adornado con dibujos de una ciudad protegida de una tormenta eléctrica por una esfera azulada, se atascaba a medio camino de ser abierta...o cerrada.

Zerion tomó asiento en una de las rocas más cercanas al estanque. Intentó serenarse, sin muchos resultados. Levantó la mirada y vio que Ayame aún estaba en pie. Con un gesto, la invitó a sentarse sobre la roca que había frente a él, más alejada del estanque. Entonces, aún no muy seguro de lo que estaba haciendo, comenzó a hablar.

-Verás. Yo, bueno, quizás ya lo sepas, pero no soy de la villa -comenzó-. Nací lejos de aquí, muy al Este, más allá del desierto, más allá del mar, en un lejano Oriente. Allí también existen las villas ninjas, mi clan es de allí -mientras hablaba iba agachando más la mirada y fijando sus ojos en los medallones. Juntaba las manos sin llegar a tocarlas y veía cómo las monedas doradas vibraban y, finalmente, se juntaban con entusiasmo y emitiendo un chasquido metálico-. Mi clan no había salido nunca del país, sólo algunos miembros para algunas misiones, pero nunca tan lejos como Tsukigakure. Sin embargo, cuando regresamos de la batalla, la Tsukikage me habló de este lugar -levantó la mirada y echó un vistazo a su alrededor, al jardín, a la casa, a los dibujos de la puerta...-. Al parecer, esta casa perteneció alguna vez a Viter Reiden, exiliado del clan hacía muchos años, antes de que yo naciera -ahora Zerion, más que nervioso, parecía aterrado y avergonzado al mismo tiempo-. No creo que lo entiendas...pero en mi clan no existen los exiliados. Cuando alguien deserta...el líder del clan lo persigue hasta encontrarlo. Entonces lo sume en un genjutsu que sólo el líder conoce. Tras eso jamás vuelven a traicionar al clan -las lágrimas quisieron hacer acto de presencia, pero el muchacho aguantó. Hubo un largo silencio en el que trató de serenarse. No se atrevía a mirarla a la cara, no quería saber si había expresión en su rostro, no quería saber si aquello que le estaba contando despertaba en ella ninguna emoción. No quería saber, sólo quería terminar-. Yo fui una excepción -apretó los dientes, pero no oyó ningún comentario por parte de su compañera-. Mi padre era el líder del clan. Lo...asesinaron, delante de mí. Él, cobarde, selló su chakra y sus recuerdos en mí, para salvarse -lo dijo con rabia. Sus palabras escapaban de entre los dientes, porque temía que si abría la boca podía terminar gritando. Le dolía el pecho y tenía el pulso acelerado. Comenzaba a tener calor y le entró mucha sed. Porque sabía, en el fondo de su ser, que aquello no era cierto, su padre no quería su cuerpo, pero era lo que los recuerdos de su padre le decían, y Zerion quería pensar por sí mismo, sentir por sí mismo...-. Tuve que dejar el clan, mi villa, mi familia...mi vida, por él. Su esencia está en mí y amenaza con apoderarse de mi cuerpo cada día que pasa. Me alejé de todo aquello que pudiera hacer brotar sus recuerdos. Viajé durante muchos años. Crucé el mar fregando cubiertas, atravesé el desierto tirando de animales de carga de caravanas y sufrí la ira de los hombres. Hasta llegar aquí. Pasé por mucho, viví mucho... -su cabeza estaba agachada de nuevo y su rostro tapado por el alborotado pelo castaño, pero cuando levantó la cabeza para mirarla estaba llorando. Tenía los ojos rojos y un par de lágrimas se derramaban por su mejilla hasta caer por su barbilla al suelo-. Y lo que más fuerte me hizo fuiste tú. Gracias a ti me he hecho más fuerte. Tenerte en mi equipo, incluso durante la graduación, me dio fuerzas. Ahora me siento capaz de no sucumbir ante mi padre...por eso me marcho, Ayame, vuelvo a mi villa.
 

Khairath

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Se sobresaltó al hablarle, y eso que me había visto entrar. Estaría en las nubes. Desvió un poco la mirada y comenzó a balbucear con las mejillas sonrojadas antes de decirme que aquel no era un buen sitio para hablar. Por el rabillo del ojo vi que hizo un ademán de tenderme la mano y rápidamente la cerró con fuerza para después mostrarme la salida y salir de allí, sin mediar palabra.

Si no tenía intención de decírmelo aquí, ¿por qué citarme en la academia?, y le seguí.

Reiden iba unos pasos por delante de mí. Se mantuvo en silencio durante todo el camino. Debía estar rumiando lo que pensaba decirme, pues él normalmente se llevaría todo el camino charloteando de cosas banales y triviales. Recuerdo la primera vez que anduvimos juntos las calles de la villa. No paraba de hablar de cosas de las que ya ni me acuerdo. Hace un año ya de eso. Quién nos diría que acabaríamos siendo compañeros del mismo equipo y que lucharíamos juntos en la guerra, saliendo ilesos. Muchas cosas han pasado y, sin embargo, no sé nada de él. Ni él de mí. Se detuvo delante de un muro de piedra, que no tardó en saltar. No me dio tiempo a decirle qué estaba haciendo.

¿Ahora eres un allanador, Reiden? Con lo modosito que pareces. *Suspiro*. Qué remedio…

Decidí adentrarme dentro de la casa y seguirle. Mis pies cayeron sobre una hierba alta y de muy mal color, que iba acorde junto con el resto del jardín. Estaba todo descuidado, el agua del estanque mugrienta y verde, había malas hierbas por todas partes y las plantas habían crecido a su libre albedrío, dejando una vista desigual y cochambrosa. ¿De quién sería aquella casa? Fuera de quien fuese, llevaba sin pasar por allí mucho tiempo. Es entonces cuando Reiden se sienta en una roca, cerca del estanque verdoso. Parece nervioso, pues mantuvo durante un momento la cabeza gacha y parecía que respiraba hondo, como tratando de tranquilizarse. Después de esos instantes me mira, y me indica que me siente en una roca que hay frente a la suya. Y así hice. Me senté, abrí un poco las piernas y apoyé ligeramente las manos sobre mis rodillas, con la espalda recta.

Empezó a hablar, mientras se miraba las manos. Recuerdo que aquella vez también hizo lo mismo, se quedó jugueteando con esos extraños medallones que lleva siempre en las manos. Ahora llevaba unos guantes negros que se las cubrían. Empezó diciendo que no era originario de Tsukigakure. Vino aquí después de una batalla y, al parecer, nuestra kage le dio cobijo. Levanta la mirada y mira a su alrededor, diciendo que esa casa pertenecía a alguien de su clan; a un exiliado. Se tocaba demasiado las manos, se está poniendo más nervioso por momentos.

¿Qué me estás intentando decir, Reiden?

Me explicó entonces lo que hacían con los exiliados en su clan. Desde luego, no era moco de pavo. Pero, de pronto, dejó de hablar y mantuvo la cabeza gacha durante unos segundos que parecieron eternos. Quería saber qué me tenía que contar. Qué era eso que le atormentaba tanto como para que estuviera tan nervioso, aun sin saber el motivo que me impulsaba a pensarlo. Le noto el nudo en la garganta al pronunciar esas palabras que contaban que él había sido una excepción. Los dedos índice y corazón de ambas manos se clavaron suavemente en mis rodillas, como reacción a lo que acababa de decir.

¿Eres un desertor? ¿Qué has podido hacer para te echen del clan?, me hubiera gustado preguntarle, pero dejé que siguiera hablando.

Y fue cuando dijo que vio morir a su padre ante sus ojos. La imagen de Mamá, completamente pálida y ensangrentada se posó en mi cabeza. Se me erizó el vello de la espalda al recordarlo. Reiden debería estar sintiendo lo mismo en este mismo instante. El recuerdo se difuminó cuando el tono de Reiden cambió. Un tacto de rabia llegó a mis orejas cuando dijo que llevaba a su padre sellado dentro. Ahora entendía el por qué tenía esa actitud tan cambiante, por qué había veces que parecía mucho más maduro de lo que era en realidad. Era su padre, no era él.

¿Eso son esos tatuajes que llevas siempre bajo las vendas, el sello de tu padre? —recordaba cuando me los enseñó en Haganegakure, justo después de que él viera mis colas y me dijera que no debía avergonzarme de ellas. No esperaba que tuviera esa reacción. Pensé que… tal vez…

Siguió narrando su historia. Tuvo que huir de casa para hacer frente a su padre, para poder controlarlo y que no tomara control de su cuerpo. Se le quebró la voz al decir aquello último. Pero seguía con la mirada fija en aquellos medallones. Reiden…

Me miró. Me miró como nunca me habían mirado. De sus ojos rojizos brotaban lágrimas que recorrían sus mejillas y caían al abismo desde la barbilla. No pude apartar la vista de sus ojos. De nuevo, me estaba hundiendo en él. Mi corazón latió tan fuerte que me dolió el pecho y, aunque solo fuera una vez, me costó respirar por un momento.

Y lo que más fuerte me hizo fuiste tú. Gracias a ti me he hecho más fuerte. Tenerte en mi equipo, incluso durante la graduación, me dio fuerzas. Ahora me siento capaz de no sucumbir ante mi padre...por eso me marcho, Ayame, vuelvo a mi villa.

¿Qué?

...​

No lo entiendo. ¿Por qué?

No pude reaccionar al instante, no supe reaccionar. Sus ojos seguían hundidos en los míos. Me prometí no volver a sentir y él… lo está haciendo de nuevo. Me estaba haciendo volver a sentir. Y lo que es peor, sentir dolor. Pérdida, abandono, soledad. No comprendo por qué sus lágrimas brotaron al decirme esto. No comprendo por qué me dice esto. No comprendo por qué debe irse. Pero debía hacer algo, o él acabaría resquebrajando esa barrera que me había costado tanto tiempo crear. Una pequeña fisura ya había hecho acto de presencia en ella. Si seguía mirándolo acabaría creando una grieta que tardaría mucho en curar. Me puse en pie y me di la vuelta. No podía seguir viendo esos ojos ambarinos tan dolidos.

No entiendo tus motivos, pero es tu decisión. Supongo que no sabrás cuándo volverás, ni siquiera si volverás —La última parte de la frase sonó más bajito de la cuenta.

No esperaba respuesta a esa duda, pues en el fondo sabía que nunca volvería. Todos los que alguna vez han estrechado lazos conmigo acaban desapareciendo para siempre. Él no sería una excepción. Estaba perdiendo las fuerzas para seguir hablando, pero debía hacerlo. Me oprimía el pecho. Apreté los dientes y se desvelaron mis colmillos. Una persona más que me abandona. Creía que serías diferente.

Quédate hasta mañana. Por favor…

No podía aguantar más esa situación. No supe ni por qué le dije eso. Quería volver a casa, sola, y pensar que todo había acabado. Más bien, que nunca había empezado. Así sería menos doloroso. Así el muro seguiría duro, alto, firme, regio e infranqueable. Y me dispuse a irme a casa. Aunque, en la esquina más oscura de mi ser, esperaba que él me detuviera antes de hacerlo.
 

Lergand

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Tristeza, rabia, ira, indignación, melancolía, alegría... Cuán variado es el espectro de nuestro corazón. Con qué facilidad uno puede tornarse otro. Cómo de vacía es la vida sin ellos y cómo nos hacen sufrir.

Eso era algo que ambos genin tenían bien aprendido. Sin embargo, mientras uno abría las puertas de su gran muro, valiente de luchar contra el dolor, el otro prefería mantener fuerte y firme la muralla construida hacía años. No sentir y no sufrir van de la mano. Vivir y sentir también. Es por eso que Zerion había decidido vivir, fuera cual fuera el precio, porque sólo había una vida y no quería irse de ella arrepintiéndose de tantas cosas que podría haber hecho y no hizo por miedo a sentir. Por sentir miedo.

A lo largo de la explicación del pequeño genin, su compañera había estado atenta y callada. Todos los sentimientos que las palabras que escuchaba le suscitaban los ocultaba dentro de sí, aunque algunos gestos la delataban. Mas Zerion estaba concentrado en todo aquello que tenía que decir, más que en ella.

En un momento, Ayame se atreve a hacer una pregunta. Zerion, casi de forma automática, contesta señalando cada brazo, pero sin apartar la manga y las vendas.

-Sol es fuerza, es luz, es vida, es energía. El Sol contiene el chakra -dijo señalando su brazo derecho-. Luna es magia, es penumbra, es misterio, es mente y alma. La Luna contiene los recuerdos.

Entonces, Zerion continúa con su historia, mientras unos intensos y misteriosos ojos verdes se clavan en él. Levanta la cabeza y se empapa en ellos. Ambos, por un momento, se hunden el uno en el otro, en sus ojos, creen poder verse el alma. Zerion, en su incursión, cree ver dolor en su compañera y se le escapa una amarga sonrisa. Una sonrisa cargada de felicidad, por saber al fin que ella sentía algo, aunque fuera mínimo, por él. No era mera indiferencia. Una sonrisa cargada de amargura, por el dolor que le suponía dejarla ahora que él era parte de su vida, aunque fuera una parte poco importante.

Y cuando acaba de hablar, ella sigue mirándolo. Clava sus ojos gatunos en él. Su corazón late fuerte, mucho más fuerte que antes, pero no son nervios, sino ansias de vivir. Esos ojos que, desde el primer día le habían dicho tanto con tan poco. Su pupila con su misteriosa forma avellanada, cuyo origen Zerion desconocía, aún.

Cuando creía que comenzaba a desentrañar una parte de sus secretos, Ayame se levanta y se gira. Su compañero no puede evitar sentirse aterrado. Por un momento, cree que ella va a saltar y salir corriendo, que jamás volvería a verla, que jamás podría responder a ninguna de sus cuestiones, aquellas que su mera existencia le suscitaba al pequeño.

Lo que no sabes es que, realmente, lo hace porque su muro amenaza con resquebrajarse. Incluso cuando, inconscientemente, ella revela una pista de su estado emocional, él no lo comprende. Ella le dice que no entiende los motivos de su partida. Deja ver sus dudas sobre si volverá.

-Es mi familia, al fin y al cabo -se limita a contestar-. Debo volver al Clan para que el líder, sea cual sea ahora, imponga el castigo que crea necesario. No sé qué me harán, Ayame... No sé si podré volver, pero es lo que debo hacer como ninja -pero no puede seguir hablando, pues la voz de ella lo interrumpe para pedirle que se quede hasta el día siguiente.

Zerion, conmovido por su petición, sonríe. Esta vez no hay amargura en su sonrisa. Es cálida, alegre, serena y cariñosa. Aunque ella no pudo disfrutarla al completo, pues seguía en pie y mirando hacia el lado contrario a donde estaba él, que se levanta de la roca. Por primera vez en su vida, se atreve a hacerlo. Por primera vez en su vida está totalmente decidido a hacer algo por sí mismo, sin nada que le asegure que sea seguro, pero con confianza en sí mismo.

Se acerca a ella, con pasos medidos y relajados. Se coloca a su espalda, cerca de su costado derecho, por el que no lleva la katana. No deja que se note, pero disfruta de su presencia más que nunca, más cerca que nunca, más tranquilo que cualquier otra ocasión en la que pudiera darse.

No tengo nada que perder, piensa mientras se quita los medallones de las manos, sin que ella lo viera.

Zerion acerca la mano a la de ella. Se ve tentado a colocar la otra en su cintura y apoyar su cabeza junto a la de ella, a disfrutar de su cercanía y sentir su tacto, pero se reprime sin mucho esfuerzo. Primero, le agarra la muñeca, con delicadeza, como quien atrapa a una mariposa, para después darle libertad sólo por el placer de contemplar su belleza. Después, lleva su mano, cubierta aún por el guante, hasta el dorso de la de ella. Por el camino se permite rozarla disimuladamente, como por accidente, pese a no poder notar su tacto, pues llevaba los guantes. Cuando su mano y la de ella están una encima de la otra, él entrelaza los dedos con los suyos, un único segundo. Al apartar la mano, Ayame tiene los medallones colocados, justo por encima del tatuaje. Unas cuerdas le rodean algunos dedos y bajan hasta la moneda, para después bajar hasta la muñeca, rodeándola y repitiendo el camino de vuelta en la palma de la mano hasta el otro medallón y, más tarde, a los mismos dedos desde los que partieron.

Zerion nunca se había fijado bien en aquel lirio. Su experiencia con tatuajes no era precisamente buena, de modo que pensó que quizás aquel tema también fuera delicado para ella. Inconscientemente, obvió el tatuaje durante todo aquel tiempo que llevaba conociéndola. Sin embargo, ahora era imposible no fijarse en él.

Repite el proceso con la mano izquierda. En ella no hay grabado ningún tatuaje, pero aún así se queda mirándola durante el proceso en el que le coloca los otros dos medallones.

Aquello era un regalo, no le debía caber la menor duda. Aquellos medallones eran el símbolo de su Clan, de sus gentes, de su familia y de su vida. Era algo tan personal que jamás se había separado de ellos, excepto en su prueba de graduación, donde la loba cleptómana se los había robado, pero nunca de manera voluntaria. Mas Ayame merecía aquello. Iba a dejarla, iba a dejar a la única persona que le había reconocido. No podía dejarla sin más, como si no hubiera sido nadie en su vida. Sus medallones, parte inseparable de él, estarían con ella. Para siempre. Siempre estaría allí, con ella.

-¿Quieres quedarte esta noche conmigo, aquí? -le pregunta, aún detrás de ella-. He traído algunas herramientas selladas, por si quieres entrenar... Por los viejos tiempos -entonces la rodea para ponerse justo frente a ella. Mira durante un segundo sus manos, con los medallones aún colocados. Y como la más tierna e inocente súplica, Zerion esboza su mejor y más sincera sonrisa, sin dejar de mirarla a los ojos.
 

Khairath

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Apenas escucho a Reiden cuando dice que tiene que volver al clan para cumplir su deber como ninja, que no sabe qué castigo se le impondrá una vez esté allí.

Eres idiota, Reiden. Ahora que has encontrado tu camino, decides volver hacia una posible muerte.

Todo aquello no podía estar pasando. Tal vez no vuelva a verle nunca más. Y, sin embargo, en lo único que pensaba era en escapar de ese lugar. Me dolía el pecho, reflejo de un dolor que sentí cuando murió Mamá, cuando todo lo que quería se desvaneció; o más bien fue destruido. ¿Significa eso que Reiden había conseguido atravesar ya el muro? Y si ha sido así, ¿hace cuánto que logró hacerlo? ¿Cómo lo ha conseguido? ¿Cómo no he podido darme cuenta? Mi cabeza daba vueltas, intentando buscar respuestas, soluciones, intentando buscarle un sentido a todo lo que estaba ocurriendo en mi interior, de lo cual no había ni un solo indicio en el mundo exterior. Puede que el muro interno se hubiera ligeramente ablandado, pero el muro externo seguía firmemente alzado.

Escucho que Reiden se levanta y se acerca. Era lo que más ansiada desde el fondo de mi corazón, aunque no quisiera reconocerlo, pero no esperaba que lo fuera a hacer de verdad. Corazón que se desboca por momentos. Lo noto cerca, muy cerca, demasiado cerca, a mi espalda. Noto el calor que despide su cuerpo, incluso bajo toda aquella ropa negra, las vendas de los brazos y los guantes de las manos. Noto su respiración, que se pose suavemente en mi nuca.

Contener aliento.​

Yo he notado esta sensación antes.

Fue como un susurro del viento, un pequeño roce en la mano derecha. Un roce cálido y fugaz. Era la misma sensación que había estado teniendo en esos sueños tan extraños que tenía desde que volvimos de Haganegakure. Luego otro roce similar en la mano izquierda. No sabía qué estaba haciendo Reiden, no quería saberlo, no quería mirar. El muro está amenazando con agrietarse. Quise salir corriendo, quise huir hacia donde nadie me viera, como hice aquel fatídico día cuando lo perdí todo.

¿Quieres quedarte esta noche conmigo, aquí? —me preguntó aún a mi espalda.

Mi corazón parecía que no quería seguir mis órdenes. Palpitaba lento, pero fuerte y dolorosamente, y no podía calmarlo. Ya era demasiado tarde. Cuando Reiden se colocó delante de mí y me miró con esos ojos amarillentos y misteriosos, supe que una pequeña gota de agua había traspasado el muro a través de una grieta minúscula. Lo supe porque el eco de la gota al caer dentro del muro resonó por todo mi ser. Se me erizó todo el vello del cuerpo y se me separaron levemente los labios, dejando entrever tímidamente mis dientes. El estruendo de aquella gota había llegado hasta el exterior. Pues aquella gota no era una cualquiera, era una gota de la esencia de Reiden, de Zerion Reiden. Una esencia amarilla y poderosa que contrastaba con mi esencia azul y apagada. Por primera vez, pude escuchar los golpes que la esencia de Reiden daba desde el otro lado del muro, intentando entrar, intentando destruir la barrera que nos separaba. Eran unos golpes sordos y lejanos, pero podía escucharlos.

Me miré entonces las manos y otra gota, mucho más pequeña que la anterior, consiguió entrar también. Le miré sus manos y confirmé que, efectivamente, me había puesto sus medallones. Sabía que eran importantes para él, pues recuerdo que cuando se lo robaron en la prueba de graduación, se molestó bastante e hizo todo lo que pudo para recuperarlos. ¿Por qué, entonces, dármelos ahora a mí? ¿Significaba que era importante para él?

No supe reaccionar. No sabía qué decir, no sabía qué pensar. Volví a mirarlo a los ojos y me volví a perder en ellos. Esta vez dolía un poco menos, era una sensación agradable. Me transmitían algo que hacía mucho tiempo desde que alguien me mirase de una forma similar. Y me sonríe. Me sonrió como solía hacerlo Mamá. Por un momento, recordé todos los buenos momentos que pasé con ella. Momentos que se habían guardado muy dentro de mí y pocas veces recordaba ya. Cerré los ojos apenas dos segundos para sumergirme en aquellos valiosos recuerdos. Al abrirlos, miré fijamente a Reiden de forma decidida. Posiblemente sería la última vez que lo viera, tenía que aprovecharla hasta el último momento.

Prepárate —le dije mientras adoptaba una posición de combate. Era mi respuesta a su invitación.

Quería ver cuán fuerte se había vuelto y si podría hacerme frente en un cuerpo a cuerpo. No sería muy dura con él, Reiden es de combate a distancia, pero sería un buen ejercicio de entrenamiento. Quería seguir sintiéndole cerca un poco más, quería seguir sintiéndole vivo un poco más, antes de que se marchara para siempre. Ya de nada serviría correr, has pasado el muro, Reiden. Has conseguido lo que nadie. Ahora que he probado tu esencia, déjame saborearla un poco más.
 

Lergand

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Dicen que una imagen dice mucho más que mil palabras. Sin embargo, en el rostro inmutable de Ayame, esa frase quedaba en entredicho. Decía mucho más su silencio. Con el paso de los meses, Zerion había aprendido a interpretarlos. Los diferenciaba, no tan bien como una frase, "no he sabido llevar la situación y eso me frustra", sino como el tono con el que se podía pronunciar, frustración, disgusto, concentración...

Una palabra, una pequeña pausa en su usual silencio. Una palabra que por sí sola no decía nada. Una palabra que decía mucho más acompañada de su silencio.

El genin creyó, no obstante, notar un tono diferente en la voz de su compañera. Parecía algo diminuto, minúsculo y escondido, pero brillante. Era un tono algo más cálido de lo normal en ella. En otra persona habría sido un tono neutral, casi frío; sin embargo, en Ayame destacaba mucho más, por eso lo pudo notar.

Dejó claro con ésto que había aceptado la invitación de Zerion a quedarse con él la última noche que pasaría en la villa. Y como siempre, Ayame no perdió tiempo en ponerse en acción. Adoptó una pose de combate y se lanzó contra él que, desprevenido, no acierta a defenderse a tiempo. La gran fuerza de ella lo lanza hacia atrás y cae al suelo. En el último momento rueda y se incorpora, al filo del estanque. Su mirada dedicó un instante a aquel detalle, observando los pocos centímetros que lo separan del agua.

Una vez recompuesto del golpe, observó a Ayame, que se aproximaba hacia él. Zerion, que no sabía nada de taijutsu, intentaba imitar la pose de ella. Se sentía torpe y rígido. En ella, los movimientos y la pose parecían naturales, como quien está de pie esperando la cola en la tienda o quien duerme en una cama cómoda. Mientras que ella flexionaba las piernas ligeramente, él se sentía a medio camino del suelo. Ella ponía los brazos de una forma que podía cubrir la mayor parte del cuerpo sin entorpecer su propia visión, él dejaba al descubierto muchas zonas y tenía varios puntos ciegos creados por sus propias extremidades. Eran Ying y Yang. Eran como una suave melodía de viento y un estruendoso redoble de tambores. Eran carne y espíritu. Eran Zerion y Ayame.

El genin intentó cargar, pero Ayame desviaba todos sus ataques o los bloqueaba con increíble eficacia. Los golpes que daba le dolían más a él. Y fue peor cuando ella pasó a la ofensiva. Los golpes se sucedían uno tras otro sin darle tiempo a recomponerse. Una patada en el costado y un golpe en el hombro fueron los últimos que pudo soportar Zerion. Retrocedió de un salto, con una sonrisa en la cara teñida de dolor.

Aquel terreno era demasiado para él, por eso quiso llevar el combate hacia uno donde sus habilidades podrían serle más útiles.

Mirando a Ayame y controlando sus movimientos para que no lo interrumpiera, se mordió un dedo y realizó una serie de sellos. Ella, quizás por curiosidad de lo que estaba haciendo, o quizás por alguna otra razón, no lo detuvo. Fue un gran error.

-¡Kuchiyose no Jutsu! -todo teatro, por supuesto. Quería confundirla y que no reconociera que se trataba de un genjutsu, al menos a tiempo de evitar que el martillo ilusorio la golpease.

Como si de verdad lo hubiera invocado, Ayame vio cómo un martillo gigante de piedra aparecía del cielo y oscilaba hacia ella, demasiado rápido como para esquivarlo. Sin poder hacer otra cosa en tan poco tiempo, activó su técnica protectora por excelencia, cubriendo sus brazos de cabello azul endurecido.

Zerion recordó aquello. Ya lo había visto en otra ocasión, en el almacén del supuesto “doctor” que había transformado a tanta gente en mutantes. En esa ocasión lo había usado para no perder los brazos de un hachazo dado por un mercenario. Recordó que había pensado que su amiga se estaba convirtiendo en un oso. Sin embargo, en esta ocasión se le pasó otra cosa mucho más aterradora por la cabeza.

¿No será una mujer-lobo?

Aquello, más que ser un verdadero temor, era una preocupación menor. No deseaba que su amiga fuera medio lobo. No le gustaba la presencia de aquellas criaturas pero, pensándolo bien, se marchaba. Mientras ella no se transformara aquella noche todo iría bien.

El martillo ilusorio la golpeó, sólo que fue en su mente, no en la realidad. El efecto fue el mismo. Ayame salió despedida hacia atrás con los brazos en cruz protegiéndola y con toda la fuerza que sus propias piernas, que no era poca, le habían proporcionado para el impulso. El golpe contra el muro resonó en todo el jardín.

Zerion, mientras ella volaba, había activado el Reinegan y justo en el momento del golpe le colocó una marca con el Kaminari no Shirushi en la frente. En aquel sitio ella no conseguiría ver la marca, a no ser que mirara su reflejo en el agua, pero sabiendo cuánto la aborrecía, dudaba que se acercara al estanque. Quizás ni en el sucio estanque consiguiera verse.

Sin vacilar un instante, aprovechó el momento de confusión de ella para esconderse dentro de la casa. Siempre se le había dado bien esconderse, por no decir que estaba mucho más familiarizado con aquel lugar que su compañera. No obstante, Ayame no tardaría en encontrarlo, tenía técnicas que la ayudarían a hacerlo, pero de momento contaba con ventaja y algo de tiempo para sus preparativos.

Sacó de su bolsillo el pergamino. Invocó de éste su arco, el carcaj con las flechas, algunos shuriken y algunos sellos, explosivos y de luz. A tres de las flechas les colocó una marca como la de la frente de Ayame. A uno le colocó un sello explosivo y le aplicó un Henge para transformar el sello y la flecha en una flecha normal. Ahora el sello era parte de la flecha y ésta no se diferenciaba de las otras.

Todo estaba dispuesto. Estaba listo para cuando Ayame lo encontrara, pero lo que ella no sabía es que él sabría dónde estaría ella exactamente, aunque estuviera tras una pared o una roca, puesto que podría ver la marca de su frente incluso a través de objetos.
 

Khairath

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Le arreé un puñetazo suave, al menos para mí lo era, pero no lo suficiente como evitar que Reiden no saliera por los aires. Me quedé esperando a ver cómo reaccionaba, pues me preocupaba un poco el haberme pasado de fuerza y que hubiera sido demasiado para él. Parece que calculé bien. Rodó y se incorporó justo antes de caer dentro de aquel asqueroso estanque. Aproveché para volver al ataque.

Me fijé en que le costaba mucho seguirme el ritmo. Su pose era rígida y tenía aberturas por todas partes. Le fui pequeños golpes donde se podía acceder sin esfuerzo a través de su defensa, para que viera lo fácil y rápido que alguien podría acercarse a él y matarlo en apenas dos segundos. Era un “regalo”. Quería enseñarle los principios básicos del Taijutsu, al menos para que pudiera defenderse de un ataque rápido y poder sobrevivir unos segundos más. Era lo único que podía enseñarle antes de que se marchara. Él me había enseñado mucho, quería devolverle el favor.

Reiden intentó copiar torpemente mis movimientos, mas yo se los bloqueaba o esquivaba sin dificultad. Así que volví a atacar; esta vez, un poco más fuerte. Giré sobre mí misma y conseguí darle una patada voladora en el costado para después, aprovechando que se agarraba el lado por el dolor, estirar y fijar mi mano izquierda y hacerla caer desde arriba en su hombro derecho, a modo de hacha. Puede que esta vez sí que me haya pasado un poco. Se alejó de mí de un salto y con una sonrisa que indicaba que esos últimos golpes le habían dolido más de lo que él esperaba. Yo saqué a relucir mis colmillos, instintivamente.

Me erguí y relajé un poco el cuerpo, abandonando por un momento la posición de combate; aunque mantuve las piernas flexionadas levemente. Le di uno segundos de pausa, para darle algo de venta y que también pudiera respirar un poco. Así que le dejé que hiciera los sellos de la técnica que pondría en marcha.

¡Kuchiyose no Jutsu!¿Va a invocar al pequeño zorro?

Pero me sorprendió ver que de la nube de invocación no salió nada; y más aún cuando una sombra se cernió sobre mí. Miré hacia arriba y se me abrieron los ojos inconscientemente al ver lo que se me venía encima. Fruncí el ceño, activé el Kataku y coloqué los brazos en cruz para protegerme del golpe del enorme martillo gigante volador. Golpe que me mandó a gran velocidad contra la pared del jardín. Eso había dolido un poco.

¿Desde cuándo se puede invocar un martillo gigante? Hasta donde tengo entendido las invocaciones son contratos con otras especies, los martillos no están vivos. Debe de ser otra cosa.

Aunque no sabía exactamente el qué. Podría tratarse de una ilusión pero, según he visto, Reiden necesita de esos ojos extraños para meter a la gente en ilusiones. No estaban activos y no le estaba mirando a los ojos. Lo habré subestimado.

Abrí los ojos después del impacto y descubrí que Reiden ya no estaba allí. Se habrá escondido, posiblemente dentro de la casa. No había muchos sitios más para esconderse. Aun así no tardaría en encontrarlo. Active tanto las orejas capilares como mis ojos felinos. Ya sabía dónde estaba. De un salto llegué al tejado, y de ahí comencé a arrastrarme sigilosamente por la pared, para que así no pudiera escuchar mis pasos dentro de la casa.

No ha venido armado, pero he escuchado como otra especie de invocación. Puede que esta vez sí esté aquí su compañero zorruno, o que haya conseguido algún arma. En tal caso, seguramente sería su arco, no puede hacerme frente con otro arma, le vencería en seguida. Está intentando llevar el combate a su terreno, pero no se lo voy a permitir. Cuanto más cerca esté de él, más difícil le será el maniobrar y más fácil tendré alcanzarle. Si a la primera no lo consigo, intentaría acercarme a él todo lo que pueda, para dificultar sus movimientos, y para ponerme detrás de él, katana en mano. No sé qué estará planeando, pero no puede ganarme.

Me acerqué a él todo lo que pude, sin entrar en su rango visual, y en cuanto supe su ubicación exacta, me coloqué rápidamente detrás de él, desenvainé la katana y se la coloqué en el cuello, por el lado roma. No quería hacerle daño, sólo demostrarle que en aquella pelea había ganado yo. O, al menos, eso era lo que pretendía; pero Reiden se escabulló rápidamente, como si supiera desde dónde iba a atacar. Me pareció un tanto extraño, Reiden no tiene forma de detectar a nadie fuera de su rango visual, y dudo mucho que esos ojos le permitan ver a través de las paredes. Que yo sepa, solo los Hyuuga tienen ese privilegio. Aunque, puede que escondiera muchos secretos que aún no conocía. Cómo eran los de su clan, en qué se especializaban, cómo era su familia, si aún seguía teniendo alguna, cómo era él en realidad… Tal vez algunas de esas cuestiones me las aclarase él mismo después de aquella pelea, o tal vez no lo supiera nunca.

Ese micro segundo en que me salí de la pelea, Reiden la aprovechó para meterme dentro de una oscuridad absoluta. Lo había visto hacer antes, sabía que se trataba de una ilusión. Antes de verlo todo negro pude apreciar que tenía esos ojos eléctricos, tenía que tener cuidado de no volver a mirarlo a los ojos directamente. Desenvainé la katana y me hice un pequeño corte en la pierna para salir de la ilusión. No había cogido nada de mi equipo ninja, por tanto no tenía un kunai al alcance para clavármelo; pensé que se trataría de otro paseo por la villa. Así que no tuve más remedio que usar mi katana, cortándome la pierna lo suficientemente profundo para poder salir de aquella maldita oscuridad absoluta. Al hacerlo, pude volver a ver y Reiden había desaparecido de nuevo. Me corté un mechón grueso de pelo y lo amarré justo en la herida, haciendo presión con un fuerte nudo para que no sangrara demasiado. Además, de ese modo me molestaría menos para seguir peleando. Agudicé mis sentidos y noté la presencia de Reiden en el tejado.

Aún katana en ristre, subí yo también al tejado para volver a llevar el combate a mi terreno. Nada más subir, Reiden me lanzó una flecha que desvié fácilmente con la katana. Casi al instante me lanzó otra de estas, y estaba dispuesta a despejarla también con la katana, cuando esta explotó. Mis orejas capilares desaparecieron al instante por el dolor que me había provocado la explosión. Me tapé un oído con la mano izquierda y guiñé también ese ojo con una mueca de aflicción en mi rostro. Con el ojo derecho levanté la mirada para localizar de nuevo a Reiden, lo cual me llevó dentro de lo que parecía otro de esos estúpidos genjutsus. No podía combatir contra eso. No se le puede dar un puñetazo a una ilusión.

De repente, un escalofrío recorrió mi espalda y me erizó todo su vello. Un miedo descomunal se estaba apoderando de mí y no sabía el por qué. No podía moverme, no podía reaccionar. Noté que las pupilas me empezaban a temblar, que las piernas me empezaban a temblar, hasta las manos, y no sabía por qué. De pronto me costaba respirar, lo hacía de forma entrecortada y rápida, cogiendo grandes cantidades de aire por la boca.

¿Qué está pasando?

El frío filo de un kunai sobre mi cuello me hizo salir de aquella espantosa visión, acompañado de un Jaque mate que Reiden susurró en mi oído. No podía creer que me hubiese ganado. Tenía la respiración agitada, miraba hacia todas partes en busca de algo que pudiera usar para revertir la situación. Y fue cuando lo vi. Todavía tenía la katana agarrada en la mano derecha, alzada en posición defensiva, pero no esperaba que el reflejo de su filo devolviera la imagen de un extraño símbolo amarillento en mi frente. Así es cómo Reiden había averiguado dónde me encontraba, cómo sabía dónde estaba en cada momento. Me había marcado, seguramente con esos ojos extraños y misteriosos que tenía ahora mismo activos. Se arrepentiría de haberlo hecho.

Maniobra de distracción. Mientras sutilmente movía algunos de los mechones de mi pelo por debajo de la cintura, dejé caer la katana, y, justo cuando esta tocara el tejado, esos mechones de pelo agarrarían la cintura del pantalón y lo romperían para que pudieran salir las 4 colas que ocultaba y le arreara con ellas un golpe en la barbilla a Reiden. Aprovecharía para quitarle el kunai justo en el momento en que le diera el golpe y lo tiraría lejos. Acto seguido me alejaría de él dando un salto y caería al otro lado del tejado a cuatro patas, dejando mis colas al descubierto y moviéndolas amenazadoramente. Tensé mis manos, como si acabase de sacar las garras, y gruñí, dejando al descubierto mis colmillos. Este sería el movimiento definitivo para acabar la pelea. Nada de armas, solo él y yo. Se iba a enterar de qué estamos hecho los Kurohyou.
 

Lergand

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Zerion contenía el aliento mientras veía el punto brillante a través del techo, más tarde a través de las paredes y, por último, tras los muebles que lo escondían. El ataque llegó, pero no por sorpresa. El genin lo esquivó sin ninguna dificultad, sorprendiendo a Ayame. Una mirada bastó para que quedara sumida en una oscuridad total que su contrincante aprovechó para situarse en el tejado. Allí sucedería el verdadero duelo.

Ya no puedo esconderme más de ella, tiene esas orejas y esos ojos.

Un minuto más tarde ya le había alcanzado. Había salido de la ilusión lesionándose en la pierna, donde ahora tenía una improvisada y rudimentaria venda de pelo. Sin esperar, lanzó una flecha, pero sin apuntar a ninguna zona delicada. Su compañera, con su maestría y reflejos, desvió la flecha. Una segunda llegó, cerca de su ubicación, pero no lo suficiente como para darle, ni de lejos. La razón era simple, aquella flecha era una bomba. La onda expansiva y el estruendo deshicieron las orejas capilares de Ayame, desorientándola. En ese momento Zerion tomó una píldora de soldado y sumió a su compañera en el más terrible y paralizador miedo. Aprovechando el momento, se colocó tras ella y, kunai en mano, apuntando a su cuello, pronunció:

-Jaque mate.

El combate había terminado, o lo habría hecho de ser uno real. Pero ambos se estaban conteniendo. Zerion no se habría acercado jamás a un oponente cuerpo a cuerpo, lo habría acabado de lejos, pero no era eso lo que quería. Lo que quería era demostrar a su compañera sus progresos, que había mejorado, que no pretendía acabar realmente con ella, sino mejorar en todo aquello en lo que fallaba. Demostrarle que ella le había hecho fuerte.

Aquello no fue más que un gran error. Ayame, aprovechando el acercamiento, dejó caer la katana como distracción. En ese momento, Zerion pensó que el genjutsu había sido demasiado para su compañera. Nada más lejos de la realidad. La melena de su compañera le había rodeado la cintura, impidiendo que esquivara el golpe que sus colas le propinaron en la barbilla. Con una maestría digna de alguien experto en artes marciales, Ayame le quitó el kunai, de un codazo lo hizo caer al suelo y saltó a la otra punta del tejado.

Zerion se incorporó y vio la pose de su amiga. A cuatro patas, con las colas bailando tras ella y esos ojos felinos, mientras enseñaba los colmillos y clavaba las manos en el suelo como si fueran zarpas.

La he perdido...al parecer sí que se va a transformar en una mujer-lobo, pensó Zerion, mientras dejaba caer una lagrimilla. De cocodrilo.

En realidad estaba marcando la katana de su compañera con el Kaminari no Shirushi, como comodín en caso de que ella quisiera recuperarla.

Aquella sería la última ronda.

Zerion usó el Raiton: Denji Genma para lanzar ocho bolas eléctricas en abanico con el objetivo de que Ayame sólo pudiera bloquearlas...o saltar para esquivar. Tal y como el genin había pensado, su compañera, temerosa de un ninjutsu eléctrico que no podría bloquear con su técnica de endurecimiento capilar, saltó para esquivarlas.

En ese momento, Zerion muerde su dedo y realiza una serie de sellos.

-¡Kuchiyose no Jutsu! -gritó. En realidad los sellos no se correspondían con el de la invocación, sino con otra técnica de su repertorio que Ayame jamás le había visto usar, el Jishaku no Shirushi, pero era necesario para que el genjutsu del Golpe de Thor fuera creíble en el aire, puesto que Ayame no se impulsaría por sí misma cuando el martillo ilusorio la golpease. Esa fue su siguiente técnica: Golpe de Thor. El golpe ilusorio le dio de lleno desde atrás, y el ninjutsu de marcas hizo el resto.

Puesto que el Jishaku no Shirushi sólo funcionaba en una dirección (hacia Zerion) el Golpe de Thor le hizo creer que le había golpeado desde atrás y lanzado hacia su compañero. Esto no era algo que a él le conviniese, pero pensó que podría reaccionar a tiempo.

Gran error. Ayame, nada más caer al suelo, apareció tras él y de una patada lo proyectó en el aire. De nuevo, Zerion realizó una serie de sellos. Ayame estaba ya tras él, pronto llegaría la patada...pero nunca llegó. Zerion se giró en el aire para colocarse frente a frente a su compañera.

Desde fuera, Tsukigakure podría contemplar la escena. Zerion, boca abajo, mirando a Ayame a los ojos con el Reinegan aún activo y ella mostrando una expresión un tanto menos fría de lo habitual, entre sorprendida y molesta. Notaba en su espalda la punta de la katana, fría como el hielo y amenazante. Todo en el aire pareció paralizarse, unos segundos de ingravidez en los que todo pareció eterno.

Unos segundos en los que Zerion rodeó a Ayame con sus brazos, apartando la katana para evitar un desastre tras la caída. Unos segundos en los que sus cuerpos se pegaron. Unos segundos en los que Zerion juntó sus labios con los de ella.
 

Khairath

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Reiden me mira con una expresión un tanto extraña, una mezcla de duda y sorpresa. Suelto un bufido involuntario y clavo un poco más las manos en el tejado, tensando todas las extremidades, lista para el siguiente ataque que me lanzara. Cambió su expresión y se puso a hacer sellos. De nuevo de una técnica que desconocía: ocho bolas eléctricas aparecieron de la nada y se lanzaron hacia mí a gran velocidad. No tenía intención ninguna de acercarme a esas cosas así que salto para esquivarlas. Craso error. Sellos otra vez, aunque esos los había visto antes. Hace apenas un momento, de hecho. Me di cuenta tarde de mi error cuando, en el aire, vi aparecer nuevamente aquel martillo volador gigante dispuesto a golpearme, esta vez por la espalda. No tuve tiempo de girarme por completo en pleno vuelo pero sí que pude bloquear parte del golpe poniendo los brazos en cruz y activando el Kataku. El impacto me hizo aterrizar a los pies de Reiden, ventaja que aproveché para colocarme rápidamente a su espalda y propinarle una buena patada que lo proyectó en el aire casi como lo había hecho el martillo conmigo.

Estoy a punto de pegarle una patada en el costado cuando siento un filo frío y peligrosamente puntiagudo en mi espalda. Giro la cabeza para descubrir que es mi propia katana. Reiden la ha atraído no sé cómo. Vuelvo la vista a Reiden y se ha dado la vuelta en el aire. Me mira muy fijamente con esos ojos eléctricos, chispeantes, misteriosos, hasta tal punto que parece estar viendo la katana a través de mí. Mi frustración de haber sido vencida, utilizando mi propia katana, encima, y sin mi consentimiento, se hace evidente al fruncir el ceño y mostrar los colmillos.

De repente, la subida se detuvo, el aire se detuvo, el fluir de sus cabellos flotando comenzó a ir muy lento, la caída no empezaba. Apenas un instante, apenas un segundo, que pareció durar eternamente. Reiden me miraba con la expresión más dulce que jamás hubiera visto en el rostro de nadie, ni siquiera en Mamá. Su piel resplandecía con la luz del sol; piel que quiso acercar a la mía, rodeándome con sus brazos. No entendía qué estaba pasando, no entendía qué pretendía hacer. Fue estrechando despacio, despacio, la distancia entre nosotros, entre nuestros cuerpos. Fue todo tan absurdamente rápido que se alargó en el tiempo, ralentizándolo todo. Su torso se acercó al mío, hasta que se tocaron. El corazón me empezó a latir muy fuerte, pero a la vez muy despacio. En cuanto noté el contacto con su cuerpo, contuve el aliento involuntariamente. ¿Qué estás haciendo, Reiden? ¿Qué estás haciendo? Sus castaños cabellos ondulaban en el aire como si no hubiera gravedad, tal y como lo hicieron cuando quedamos en aquella extraña técnica de ralentización en la lucha a las puertas de Haganegakure; sus ojos, a la vez que se iban acercando a los míos, fueron perdiendo poco a poco las chispas y el color rojizo para volver a su color ámbar natural, intensificado por el brillo del sol y por el brillo propio que emanaba Reiden. Cada vez estaba más cerca, y más cerca, muy cerca, demasiado cerca. Sus párpados cayeron pesada pero dulcemente sobre sus ojos hasta que se cerraron por completo a tan poca distancia que pude sentir cómo sus pestañas conocían a la mías para así, interminables milésimas de segundos después, sus labios conocieran los míos.

Cierro los ojos. Aún contengo el aliento. Siento cada uno de los pliegues naturales de sus labios; siento sus latidos en mi boca y en mi pecho, que late con fuerza en respuesta; siento como si a través de mis labios entrara dentro de mí un torrente de luz ambarina, cálida, apacible, dulce, pacífica y muy, muy poderosa que recorre cada una de mis venas y arterias de mi cuerpo. Puedo ver cómo el flujo de ese torrente delinea cada parte de mi cuerpo, hasta llegar a la punta de todos mis dedos, que se estiran buscando dejar salir por alguna parte esa oleada de energía que acababa de llegar a ellos. Noto cómo se me calienta el pecho, cómo se me ilumina el corazón, que late mucho más rápido. Exhalo y recargo de nuevo mis pulmones de aire con una bocanada que hace que sienta aún más todo lo que ha entrado en mí. Mi cuerpo no reacciona, mi mente no reacciona. Lo hace él por mí. La esencia pura de Reiden ha conseguido arrancar de cuajo parte del muro que cubría mi corazón. Mi esencia y su esencia por fin se conocen. Se ven cara a cara, se miran a los ojos, y ellos también se besan. Tengo todos y cada uno de los vellos del cuerpo erizados, síntoma del transcurso de la energía eléctrica de Reiden por mis venas. No soy capaz de pensar nada, solo siento. Siento como nunca jamás hubiera imaginado que se pudiera sentir. Siento más allá de mi propio cuerpo. Siento con su cuerpo. Siento con nuestros cuerpos. Siento que el tiempo se ha detenido y que ese momento es eterno. Pero no lo era.

Abro los ojos y me giro en el aire, agarrando a Reiden por la cintura con la mano izquierda, cuando noto que la caída y el tortazo contra el tejado es inminente, para caer yo primero sobre este, apoyando una rodilla, y así evitar que se haga daño. Le suelto, me separo de él y me pongo de pie con un poco de dificultad para darle la espalda. Tengo una pierna herida, varias magulladuras de los golpes recibidos por todo el cuerpo y un corazón latiendo incansablemente dentro del pecho, sin terminar de asimilar el chute de energía que ha recibido. Mis colas caen lacias por encima del pantalón hasta llegar al suelo. Desde detrás se podría contemplar una cascada de pelo azul que llegaría desde la cabeza hasta los pies.

Me quedo unos momentos mirando a la nada, a lo lejos, con la respiración agitada. Me tiembla todo el cuerpo aunque no se perciba a simple vista. El corazón no para de latir a gran velocidad, llegándome incluso hasta doler el pecho de la fuerza con la que lo hace. Mis labios todavía están cálidos, impregnados del sabor de Reiden. Inconscientemente atraigo mi labio inferior hacia dentro y cierro los ojos. Es como si siguiéramos en el aire. Vuelve a no responderme el cuerpo. Ni la mente. Miro de nuevo al horizonte, preguntándome mil y una cosas a la vez y sin escuchar ninguna de aquellas voces internas con claridad.

De pronto la ira me consume, aunque no se notase desde fuera. ¿Cómo se atreve? Me dice que se va a su maldito clan, a una muerte segura, porque es así de cabezota y testarudo, pero antes de irse me besa. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué significo para él? ¿Qué pretende conseguir? Cierro los puños. Me tiembla más el cuerpo y me tiembla más aún el corazón. Dolor. Muchísimo dolor. Es por esto mismo por lo que no quiero sentir. Pero este imbécil ha traspasado mis defensas por la fuerza, sin yo quererlo. No es justo que me haga esto. No ahora que no voy a volver a verlo nunca, que sé que seguramente morirá. No es justo.

Me giro hacia él, con el ceño fruncido, los puños cerrados y apretando los dientes, mirándolo fijamente.

¿Por qué lo has hecho? —le espeto, mientras una lágrima cargada con todo el sufrimiento que sentía recorría mi mejilla, hasta resbalar y caer estrepitosamente contra el suelo.
 

Lergand

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El beso sucede rápido, más rápido de lo que me gustaría. Noto nuestros labios en contacto y me inunda una ola de sentimientos sin precedentes. Creo que se me va a salir el corazón del pecho y siento miedo de repente. Pronto, nuestros cuerpos comienzan a caer hacia el suelo, peligrosamente rápido, pero no me da tiempo de pensar en nada. Noto los brazos de Ayame correspondiendo mi abrazo. No, no es eso. Me está sujetando para evitar que me haga daño por la caída.

Noto un tirón cuando Ayame toca tierra y me sujeta con fuerza con su brazo, oprimiendo mi vientre y dejándome un instante sin respiración para, instantes después, dejarme caer sobre el tejado. Dejo escapar un leve quejido al soltar el poco aire que queda en mis pulmones y, todavía tosiendo polvo, veo cómo se gira bruscamente. Su gesto no es frío, como de costumbre. De hecho, parece abatida.

No puedo apartar la mirada de su cuerpo, de recorrer su contorno con mis ojos y escrutarla más allá de lo que un ojo normal pudiera ver en ella. Veo su esencia y su tristeza. Su mera presencia quema y duele, profundo en el pecho. No puedo mirarla a los ojos, o sé que nunca podría apartarme de ellos. Tengo que irme, antes de que me miren una vez más. Tengo que dejar lo único que he conseguido querer por mí mismo, todo lo que he logrado por mí mismo, todo. Y todo es para volver a un destino peor que la muerte: el castigo de mi clan. Someterme al yugo del líder, sumirme en su genjutsu y volverme un “resertado”. Había visto a gente como ellos en el clan, antes de mi partida. Están vivos, pero parecen haber perdido los sentimientos. Son como autómatas, obedientes, limpios, precisos y fríos, serios...sin vida. Y nada temía más que dejar de querer a Ayame. Pese a todo lo que podría perder es ella a quien no quiero perder, pero debo hacerlo.

Mis ojos dejaron atrás su chispeante danza para volverse ámbar de nuevo, pero no me hacía falta un doujutsu para lo que quiero hacer. Dejo caer una gota de sangre en mi mano, de una herida causada por el combate, y realizo los sellos para invocar a mi pequeño amigo zorruno. Aparece tras una nube de humo, terriblemente silenciosa, un sonido hueco. Chi apareció con su habitual atuendo, su bastón lleno de bayas y una expresión acorde al momento. Lo sabe, se lo había dicho antes de quedar con Ayame, que la dejaría atrás. Casi puedo adivinar lo que quiere decir.

Esta chica me cae realmente bien. Demasiado como para decirle adiós. Pero duele más saber que tú no podrás hacerlo, porque te duele demasiado.

Y si no era eso lo que pensaba, no se alejaría demasiado de la realidad, pues me miró con profunda tristeza cuando le susurré mis últimas palabras del día.

-Ella es tu paciente -y como una sombra, me desvanecí en silencio. Primero del tejado, después de las murallas de la casa, de la villa...de su vida.

(…)​

Ayame-san se da la vuelta, puedo verla perfectamente desde mi posición. Le ha pedido explicaciones a Zerion-san, pero él ya se ha marchado. Me explicó que, llegado el momento, era posible que me necesitase. No dijo para qué, y yo podría haber supuesto que era para curarlos tras su entrenamiento, algo que no se alejaba de la realidad, pues la humana peliazul está herida. Y, sin embargo, entendí perfectamente lo que escondían sus palabras. Zerion-san acostumbra a invocarme cuando se siente solo. No es una práctica que un shinobi deba hacer; pero fuera de nuestro trabajo, él y yo nos hemos hecho amigos. Como aquel día que llegó al bosque y me encontró herido. En ese momento no éramos un ninja y un kitsune médico; sino dos niños que se necesitaban. Él me curó mis heridas físicas y yo comencé con sus heridas del corazón.

Y ahora esas heridas sangran más que nunca.

“Ella es tu paciente”, me dijo. Pero la herida que ahora tiene Ayame-san no es nada que pueda curar con pomadas, puntos, píldoras o ninjutsu médico. Y cuando cure quedará una terrible cicatriz que le recuerde todos los días su herida.

No, Zerion-san, no puedo curarla. Y pese a ello, me acerco. Se ha quedado en silencio, como en estado de shock. Poso mis ojos en los suyos y, sin palabras, trato de decirle que la apoyo. Cuando estoy junto a ella comienzo a aplicarle un Chiyute no Jutsu en la pierna herida. Su herida se cierra pronto, pues no es muy profunda, y aprovecho para curar sus moretones, arañazos, magulladuras...

Todo el proceso es silencioso y termina pronto. Está curada, por fuera.

Cojo mi bastón y arranco una baya. En realidad es una píldora de sangre. No la necesita, pero no sé qué hacer en ese momento. Es un regalo, pero me parece demasiado formal, de modo que pienso en dejarle más cosas. Pongo en un pañuelo la baya, un par de píldoras más, un poco de pomada cicatrizate y, por último, me quito uno de los anillos de oro de la pierna. Calculo que le quedará bien en algún dedo, puesto que mi pierna es muy fina. Poso mi mano sobre su piel y me esfumo entre volutas de humo, como siempre que vuelvo a mi plano, a mi aldea.
 

JimmyMcNulty

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Leído. Me ha gustado mucho vuestra interpretación. Parece un evento corto, pero al estar tan condensado se ha quedado en una mera página, cuando perfectamente podrían haber sido dos y media.

Os dejo en spoiler las puntuaciones.

Lergand: 98%

Me ha sorprendido para bien tu nivel de interpretación: ninguna falta ortográfica ni de estilo, buen desarrollo de monólogos interiores que reflejaban fielmente la psicología del personaje, trama del clan Reiden desarrollada e integrada sin fisuras en la historia... En resumen, ¡Zerion tiene un gran futuro por delante! Si vas por este camino (y, viendo que el evento tiene ya sus añitos, espero un gran nivel por parte de tu personaje).

Te llevas 36 puntos que van directamente a la ficha.

Khairath: 98% Lo mismo que Lergand a nivel de interpretación, me ha gustado muchísimo. Se nota que ambos habéis trabajado a vuestros personajes y eso se ha notado en el desarrollo del evento. Lo mismo que a Reiden: le veo un buen futuro a tu personaje si sigue así.

Te llevas 36 puntos que van directamente a la ficha.

Cierro.
 
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